viernes, 9 de enero de 2015

Cosas que nos diría (o no) alguien con discapacidad...

Me dicen que soy diferente y aunque no sabría explicarlo muy bien, cada vez me doy más cuenta de ello. Creo que no hablo como los demás, tampoco ando como ellos, ni aprendo igual. Ahora sé que esto ha sido así siempre porque veo fotos de cuando era pequeño y algunas cosas me llaman la atención (por ejemplo, esos aparatos raros en mis piernas, o esas gafas gigantes que me ponían…). También noto que la gente me mira diferente.  A veces, hasta raro (¡ellos no lo saben pero pillo todas esas miradas!). Y, aunque no te lo creas, esto ocurre cuando hago las cosas más sencillas: ir en el autobús, esperar en la cola del supermercado, mirar un escaparate. Es curioso porque los niños pequeños me miran fijamente, a veces me saludan o intentan tocarme; pero sus padres esquivan mis ojos, o les dicen a sus hijos que “eso” no se hace. No se muy bien a qué se refieren con “eso”. 
En realidad no me importa demasiado no ser como los demás. Tengo mis cosas buenas y no veo que haya mucho problema en que vaya un poco más despacio o necesite más ayuda. Lo que sí que me molesta de verdad, pero de verdad de verdad, es que me traten mal o me desprecien. Dicen que es por mi discapacidad. Pero si a mí no me importa ¿por qué a los demás parece afectarles tanto? 
Entreno muchas horas para saber hacer bien ciertas cosas que, aunque a mí a veces me parecen absurdas, me dicen que son necesarias. Todos se preocupan mucho y me ayudan para que sepa, por ejemplo, ponerme la chaqueta bien (y no del revés), coma sin ensuciarme demasiado, me ponga ropa que sea “adecuada” (es difícil saber qué significa esto…), lea más rápido, o mire a los ojos de las personas cuando hablo, etc. He mejorado mucho, y seguro que sigo haciéndolo, aunque cuando estoy intentando ciertas cosas, algunos días me gustaría gritar a todos “¡No puedo! ¡No puedo! ¡No puedo!”  y que me dejen en paz.  Hay otras cosas que a mí me gusta hacer pero que no están del todo bien, según me dicen… Por ejemplo, mirar por la ventana (¡con lo divertido que es!), o romper papelitos en trozos diminutos (¡me relaja tanto!). 
No siempre se explicarme bien y por eso a veces estoy enfadado, triste, y frustrado. No entiendo muy bien el mundo que me rodea, ni las conversaciones de las personas de mi alrededor. Ellos tampoco me entienden a mí, aunque parece que la culpa siempre la tengo yo. ¿Y por qué siempre me dicen que tengo que cambiar? ¿Por qué no se adaptan ellos a mí? ¿Por qué tengo que ser yo como los demás, y no al revés? Cuando pienso en eso, siento que he tenido muy mala suerte...
La verdad es que, a veces, me gustaría ser normal. “Normal” es una palabra que aprendí de muy pequeño. Creo que es algo así como hacer todo, igual que todos, al mismo tiempo, de la misma forma y con los mismos resultados. Suena un poco aburrido pero debe ser algo muy bueno, porque no ha dejado de repetirse a mi alrededor desde que tenía pocos años. Me cuesta mucho entender esto porque, cuando observo a mi familia, me doy cuenta de que ninguno de ellos es normal. Así que no sé qué tendríamos que hacer para convertirnos en personas “normales”. Lo que tampoco se es por qué ese empeño en que yo sea normal, pero el resto pueda hacer lo que le dé la gana. 
En fin, me gustaría contaros muchas cosas de mí pero me cuesta bastante hacerlo. Casi todo lo que conozco tiene que ver con lo que os he dicho antes, mi discapacidad. Hay como una especie de obsesión con eso. No lo entiendo muy bien. Intento imaginarme, a veces, cómo sería yo sin discapacidad pero es imposible. Se me queda la mente en blanco. Es que sin discapacidad no sería yo ¿no? ¿Cómo van a querer que yo desaparezca? 
Y eso que suelo escuchar que todo sería más fácil sin discapacidad…  Pero, nada oye, por más que lo intento, no lo imagino… 



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